🏹 #90: El futuro ya ha ocurrido
Queridas personas:
Hace unos meses estaba sentada en un jardín con mi amiga Delia, las dos enzarzadas en una dinámica que sin proponérnoslo practicamos a menudo. Consiste en que una verbaliza una ansiedad, la deja flotar en palabras y la otra se apresura a rebatirla, deshacerla, acuchillándola en el aire, como una sandía del Fruit Ninja. Probablemente habíamos llegado a un nivel difícil y se nos estaban acumulando sobre la cabeza demasiadas angustias, así que en un movimiento desesperado le dije que tampoco había que preocuparse tanto porque total, el futuro ya había ocurrido y estábamos todos muertos. Me miró desconcertada y me sorprendió que le sorprendiera el pensamiento, cuando es uno que tan íntimamente vive conmigo y al que le debo tanta paz.
En la física teórica, que es el campo donde brota inagotable la verdadera poesía, hay dos visiones enfrentadas sobre la naturaleza del tiempo. A un lado están los presencialistas, personas que, haciendo malabares para poder encajar las ecuaciones de Einstein sobre el espacio-tiempo, afirman que no existe pasado ni futuro. Lo único real es el presente. Si una desprende delicadamente esta teoría de la inconmesurable complejidad del cosmos y la aplica a nuestro humilde día a día, la idea es buena. Que se lo digan al señor que ha vendido millones de ejemplares de The Power of Now. Si el pasado no existe y de nuestros errores no queda más que la huella borrosa que hayan dejado en la memoria de otros, ocupados además en sus propias vidas, y si el futuro no existe y las proyecciones que hacemos no son más que rumiaciones mentales, la vida se vuelve más tolerable. Solo tiene una que hacerse cargo del momento presente, que no suele ser tan terrible y si lo es, se disuelve rápido, se deshace entre los dedos. Durante mucho tiempo fui defensora orgullosa del presencialismo, armada de esta filosofía y con el «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa» de Santa Teresa, he superado algunas de las peores épocas de mi vida.
Sin embargo desde hace años, la vida me ha llevado a instalarme, no sé muy bien por qué, en el bando opuesto: el de los eternalistas. Esta teoría entiende el tiempo como una cuarta dimensión, firme y eterna. Como si todos los objetos del universo siguieran una trayectoria que de poder visualizarse formaría una inmensa maraña. Imaginad vuestra vida creando una larguísima línea en el espacio-tiempo, describiendo complicados arabescos, espirales, nudos imposibles que nos alejan y nos devuelven al mismo punto. Para los eternalistas radicales, en realidad no estamos creando nada. La trayectoria de nuestro cuerpo hasta que sus últimos átomos se disgreguen ya tiene un principio y un final. La percepción del tiempo es una ilusión de la consciencia. Nuestras vidas ya han ocurrido.
Encuentro una belleza irresistible en esta teoría y creo en ella de una manera que se parece a la fe, porque confieso que las matemáticas que la sostienen me resultan impenetrables. No veo el universo como un mecanismo simple y determinista, reconozco la indomabilidad del caos, pero me alivia y me reconforta pensar que todo está decidido porque ya ha pasado, hasta mi propia ansiedad al tomar una decisión. No me hace menos responsable de mis actos ante otros, mucho menos ante la ley, pero me quita de encima una carga inmensa. Desaparece el vértigo. Porque no recae del todo en mí la obligación de dar forma a mi trayectoria.
¿Qué pasa con el libre albedrío entonces? Pues no sé, ¿qué pasa? ¿Es acaso tan necesario? Dejo esta pregunta abierta, porque me parece conveniente reflexionar sobre ello, entretener el pensamiento, como se dice en inglés. Cualquier momento es bueno para abrirse a la especulación filosófica y sumarse a las innumerables personas que han debatido sobre ello durante siglos. Desde mi perspectiva eternalista, es precioso este encuentro entre mi pequeño texto y cada par de ojos que lo están leyendo ahora. ¿Quién sabe si se creará un lazo entre nosotros, si este pensamiento que comparto afectará a vuestra trayectoria?
Me gustaría saber en qué bando estáis. En la física teórica no hay un consenso sobre cuál de los dos tiene razón y es probable que nunca llegue a alcanzarse. Pero como simple marco de pensamiento, una puede elegir el que más le convenga. A mí durante una época la opción nuclear de destruir pasado y futuro me reconfortaba, ahora sin embargo no me perturba imaginar congelados en el tiempo los momentos en los que sufrí, en los que me comporté mal o hice el ridículo. No los siento completamente míos, ni siquiera que fuera «yo» quien los protagonizó, prefiero perderme en ese infinito de puntos que forma una línea. Cada punto puede entenderse como una entidad distinta a otro punto.
Sin embargo, me gusta pensar en que los momentos felices, los momentos de insólita belleza, siguen también ahí. Hace un rato, por ejemplo, estaba tumbada en la cama mirando cómo un pájaro de figura esbelta se había posado en la punta más alta de un ciprés que se estremecía con el viento. Al pájaro no parecía molestarle ese vaivén, lo integraba en su cuerpo con elegancia y yo me sentí afortunada de observarle hasta que echó a volar. Quiero creer que el pájaro posado y la persona en la cama siguen ahí, eternos ambos, congelados en un instante sin sufrimiento.
En cuanto a mi trayectoria futura, me es tan inaccesible como si no existiera. Desde que era niña he temido que, agazapados en sus curvas, me estuvieran aguardando dolorosos reveses, catástrofes fatales, un súbito final. Ahora no temo menos esos potenciales momentos de sufrimiento, pero asumo que no tengo control sobre ellos. No van a dejar de ocurrir aunque salte siempre el último escalón en cada tramo de escalera, no me deje nunca abiertas unas tijeras o le rece todas las noches a la Virgen. De hecho, es que han ocurrido ya. No puedo hacer nada para evitarlo. Cuando pienso que también ha ocurrido ya mi muerte y hasta, miles de millones de años después, la de la propia estrella que alimenta la vida, me invade una resignación beatífica, casi narcótica, que no está exenta en absoluto de felicidad, porque me permite observar como una pasajera agradecida todos los momentos bellos y buenos que pasen por mi presente, todos los pájaros que mi flecha del tiempo me acierte a enseñar.
🎧 Para esta carta un tema que suena a eternidad.
➤ Una película de culto
Sois tan jóvenes que no puedo fiarme de que hayáis visto Donnie Darko, una de las películas fundacionales de mi personalidad. Durante años viví engañada porque alguien me dijo que la versión del director (133 min) era horrible, pero no es verdad. Es perfecta siempre que hayas visto antes el montaje original (108 min). Es como volver a casa.
➤ Carmen del pasado
Otra cosa que vuestra juventud os impedirá saber a muchos es que una vez me hice relativamente viral por contar en Twitter que mi abuela había muerto hacía años, pero a veces iba a visitarla a Google Maps porque mi prima me había avisado de que seguía ahí, paseando por su calle. Una cuenta oficial de Google me contestó, y por supuesto, mucha gente pensó que era todo una vil campaña de publicidad para anunciar su recién estrenada función de visitar el mismo lugar en fechas pasadas (yo también lo hubiera pensado porque el timing fue sorprendentemente oportuno). Esta función fabulosa sigue estando operativa y hace poco descubrí esta web donde se puede averiguar el día y la hora exacta en la que se hizo la foto. Por si tenéis que resolver algún crimen.
➤ Cuatro señores que piensan
En esta carta soy muy de traer señoras, pero aquí se me han juntado un montón de señores, qué le vamos a hacer.
Uno que tira hacia el determinismo y no cree en el libre albedrío. Estoy en su equipo.
Uno que te dice que el determinismo es impracticable, así que abraza el caos, deja que fluya no te preocupes.
Otro que dice que el tiempo no existe. O sea, no lo veo para nada, pero lo traigo aquí por cumplir con los presencialistas.
Otro que dice que dejes de creer en el destino y te rindas al azar. Totalmente en su equipo también.
➤ Una extraña mudanza
Quizá os estáis preguntando qué hago yo por aquí, después de tantos años de newsletter autosuficiente en mi propio servidor. Pues resulta que por una serie de catastróficas desdichas técnicas, me he tenido que mudar y he ido a elegir Substack, plataforma sobre la que albergo ciertas reservas, pero también muchísimas ganas de equivocarme. Me encantaría comprobar que sigue fomentando una comunidad de personas a la que les gusta leer y no acaba convirtiéndose en una embajada del infierno en la Tierra. Con eso me conformaría. En estos tiempos, no pido más.
➤ Una preciosa comunidad
Otra novedad de esta temporada de Flecha es que nuestra comunidad de Telegram ha cambiado y ahora se ha convertido en un grupo con temas, para que las conversaciones puedan estar siempre activas. Os podéis unir desde el móvil, con Telegram instalado y este enlace:
➤ Un tesoro
Resucito esta sección, que algunas me dijisteis que echabais de menos. No soy yo muy de steam punk, hasta que pienso en una ucronía donde no lleváramos en el bolsillo esas pantallitas negras, sino mecanismos con este elegantísimo aspecto. Podría haber sido así, pero nos ha tocado esta línea temporal. En fin, todo tiene sus ventajas, imagínate limpiar eso a diario.
Aquí me despido, queridas mías. Ponedme corazones, dejadme comentarios y convencedme por favor de que no me he equivocado con esta mudanza. Nos vemos en dos semanas, que son todo y no son nada.










Nos haremos camisetas la gente que te leíamos Flecha antes de Substack. Espero que te vaya bien, bienvenida.
Seguro que es porque no lo llego a entender del todo bien, pero ser presentista y eternalista me parece que de alguna manera es llegar al mismo sitio. Encantada de leerte otra vez ♥️